Giacomo Leopardi (Recanati,
Italia, 1798 - Nápoles, id., 1837), educado en el ambiente austero de una familia
aristocrática provinciana y conservadora, manifestó precozmente una gran
aptitud para las letras. Desde su nacimiento Giacomo fue minado por la
enfermedad: tuvo una enfermedad de Pott que le combó la espalda y además
padeció un severo raquitismo que también le provocó una ceguera que llegó a ser casi total; consumió su infancia estudiando desesperadamente
y leyendo con una curiosidad inagotable hasta altas horas de la noche. A los
once años lee a Homero, a los trece escribe su primera tragedia; a los catorce
la segunda: Pompeyo en Egipto; a los
quince un ensayo sobre Porfirio. A esa edad conocía ya siete lenguas y había
estudiado casi de todo: lenguas clásicas, hebreo, lenguas modernas, historia,
filosofía, filología, ciencias naturales y astronomía. Estudió en profundidad a
los clásicos griegos y latinos, a los moralistas franceses del siglo XVII y a
los filósofos de la Ilustración. A pesar de su formación autodidacta,
impresionó muy pronto a los hombres de letras y a los filólogos de su tiempo por
su erudición y sus impecables traducciones del griego. Su frágil salud se
resintió gravemente a causa de esa dedicación exclusiva al estudio.
Biblioteca en el palacio familiar de Recanati
A partir de 1817 mantuvo una asidua relación epistolar con Pietro Giordani, que fue a la vez su mentor y amigo. También en ese período inició la redacción de su ensayo Zibaldone, en el que trabajó durante años, precisó progresivamente lo que él llamaría su «sistema filosófico» y elaboró el material literario que le serviría para sus obras mayores. Ese trabajo de introspección favoreció el desarrollo de su faceta lírica e intimista, que se expresa en versos de gran musicalidad: entre 1819 y 1821 compuso los Idilios (Idilli). Leopardi elaboró un lenguaje poético moderno que, asumiendo la imposibilidad de evocar los mitos antiguos, describe las afecciones del alma y el paisaje familiar, transfigurado en paisaje ideal.
A partir de 1825 residió en Milán, Bolonia, Florencia y Pisa
y se acercó a los medios políticos liberales. Tras la revolución de 1831 fue
elegido diputado de las Marcas en la Asamblea Constituyente de Bolonia, pero,
tras perder su confianza en el movimiento liberal, renunció a su escaño; su
crítica a los liberales la expresó en la obra Paralipómenos de la Batracomiomaquia
(Paralipomeni della Batracomiomachia, 1834). Entre 1833 y 1837 residió en
Nápoles, en casa de su amigo Antonio Rainieri.
Su gran amigo Antonio Rainieri |
Los Zibaldone de pensamientos (Zibaldone dei pensieri), en los que trabajó desde el verano de 1817 hasta 1832, se publicaron póstumamente en 1898; se trata de un conjunto de notas personales en las cuales anota sus ideas acerca de la literatura, el lenguaje y casi cualquier tema de política, religión o filosofía, y en las que refleja su original recepción de los debates de su tiempo.
Como poeta, su estilo melancólico y trágico recuerda inevitablemente a los románticos, pero su fondo de escepticismo, su expresión precisa y luminosa y el pudor con que contiene la efusión de sentimientos le acercan más a los clásicos, tal como él mismo deseaba.
Giacomo Leopardi es, junto a Baudelaire, el gran poeta de la modernidad.
Murió en Nápoles el 14 de junio de 1837, a los 38 años, a causa del cólera.
Tumba de Leopardi en Nápoles |
Estatua de Leopardi en Recanati |
EL PÁJARO SOLITARIO
Desde la cumbre de la torre antigua,
pájaro solitario, hacia los campos
lanzas tu canto hasta que muere el día;
y se difunde su armonía en el valle.
La primavera, en torno,
brilla en el aire y por los campos ríe,
tanto que al verla se enternece el alma.
Oyes balar rebaños, mugir bueyes;
otras alegres aves, en bandadas,
trazan mil giros en el libre cielo
celebrando su más hermoso tiempo:
tú pensativo y apartado observas;
ni compañía ni vuelos:
no te importa alegrarte, evitas goces;
cantas, y así transcurres
la flor mejor del año y de tu vida.
iAy, cómo se parece
a tu vivir el mío! Solaz y gozo,
de la novicia edad dulce linaje,
y amor, hermano de la juventud,
suspiro amargo de los días antiguos,
no me importan, no sé por qué; de ellos
más bien huyo, lejano;
casi solo y ajeno
a mi lugar natal
cruzo de mi vivir la primavera.
Este día que ya cede al crepúsculo
se suele festejar en nuestro pueblo.
pájaro solitario, hacia los campos
lanzas tu canto hasta que muere el día;
y se difunde su armonía en el valle.
La primavera, en torno,
brilla en el aire y por los campos ríe,
tanto que al verla se enternece el alma.
Oyes balar rebaños, mugir bueyes;
otras alegres aves, en bandadas,
trazan mil giros en el libre cielo
celebrando su más hermoso tiempo:
tú pensativo y apartado observas;
ni compañía ni vuelos:
no te importa alegrarte, evitas goces;
cantas, y así transcurres
la flor mejor del año y de tu vida.
iAy, cómo se parece
a tu vivir el mío! Solaz y gozo,
de la novicia edad dulce linaje,
y amor, hermano de la juventud,
suspiro amargo de los días antiguos,
no me importan, no sé por qué; de ellos
más bien huyo, lejano;
casi solo y ajeno
a mi lugar natal
cruzo de mi vivir la primavera.
Este día que ya cede al crepúsculo
se suele festejar en nuestro pueblo.
En el aire sereno oyes campanas,
oyes a veces salvas de fusiles
retumbando en lejanos caseríos.
Ataviada de fiesta
la juventud aldeana
deja las casas y las calles puebla;
y mira, y es mirada, y se contenta.
Yo, solitario, en este
apartado lugar, saliendo al campo,
todo deleite y juego
dejo para otra edad; y la mirada
tendida al aire claro
me hiere el Sol que entre lejanos montes,
después del día sereno,
se disipa al caer, como diciendo
que la dichosa juventud se extingue.
Cuando tú llegues, solitario pájaro,
a ese ocaso signado por los astros,
no habrás de lamentarte
de tu suerte, pues fruto de lo creado
es cada anhelo vuestro.
Y yo, si el detestado
umbral de la vejez
evitar no consigo,
cuando no hablen mis ojos a otras almas
y vacío sea el mundo, el día futuro
más tedioso y sombrío que el presente,
¿qué pensaré de tal deseo?
oyes a veces salvas de fusiles
retumbando en lejanos caseríos.
Ataviada de fiesta
la juventud aldeana
deja las casas y las calles puebla;
y mira, y es mirada, y se contenta.
Yo, solitario, en este
apartado lugar, saliendo al campo,
todo deleite y juego
dejo para otra edad; y la mirada
tendida al aire claro
me hiere el Sol que entre lejanos montes,
después del día sereno,
se disipa al caer, como diciendo
que la dichosa juventud se extingue.
Cuando tú llegues, solitario pájaro,
a ese ocaso signado por los astros,
no habrás de lamentarte
de tu suerte, pues fruto de lo creado
es cada anhelo vuestro.
Y yo, si el detestado
umbral de la vejez
evitar no consigo,
cuando no hablen mis ojos a otras almas
y vacío sea el mundo, el día futuro
más tedioso y sombrío que el presente,
¿qué pensaré de tal deseo?
¿Qué de estos años míos, de mí mismo?
¡Ay!, me arrepentiré, y muchas veces,
ya sin consuelo, volveré al pasado.
¡Ay!, me arrepentiré, y muchas veces,
ya sin consuelo, volveré al pasado.
Manuscrito original de El infinito |
Espejo de la condición humana contemporánea desde su soledad a menudo
trágica, Leopardi es una de las voces esenciales de la cultura europea. Sus poemas,
sus diálogos o su maravilloso Zibaldone, uno de los documentos
de cultura más impresionantes de nuestra historia reciente, nos lo
dibujan como un gigante de rara condición.
Leopardi pensaba que la realidad era desagradable, que eran mucho mejores los sueños y las fantasías. Estaba convencido de que amar en sueños es más hermoso que amar en la realidad y,
de hecho, sus amores son todos amores de fantasía. Ahí está por ejemplo
Memorias del primer amor, un libro maravilloso que escribió con 20 años
y que recoge sus fantasías amorosas por Fanny Targioni Tozzetti (la mujer que fue cantada por Leopardi en sus poemas bajo el nombre de Aspasia, la cortesana amada por Pericles) una pariente que llegó a su
casa y de la que se enamoró cuando ya ella se había marchado,
desarrollando un amor a distancia.
Fanny Targioni Tozzetti |
Leopardi en su lecho de muerte |
Palacio familiar en Recanati |
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