Benito Pérez Galdós, o/l 1894, Joaquín Sorolla (1863-1923). Casa-Museo Pérez Galdós, Las Palmas de Gran Canaria |
Benito Pérez Galdós (1843-1920), del que este año
conmemoramos el centenario de su fallecimiento, es un narrador proteico, el más
relevante tras Cervantes para muchos. Un clásico por redescubrir, vivo e
incómodo en su día, cima del realismo, caudaloso novelista, dramaturgo y
cronista, académico, liberal y apasionado y secreto amante. Hay consenso sobre
la relevancia de su obra, incluso autores tan radicalmente cervantistas como
Andrés Trapiello, equiparan el genio de Galdós al del autor del Quijote. Don
Benito sigue siendo un faro para autores de hoy como Manuel Longares o Antonio
Muñoz Molina.
Aunque ya he publicado aquí sobre su centenario,
https://saenzsotogrande.blogspot.com/2020/01/benito-perez-galdos-en-el-centenario-de.html
no quiero que finalice el año sin recordar la entrevista (el prolífico Galdós también hizo una entrevista a Isabel II en 1904 en París
https://saenzsotogrande.blogspot.com/2019/12/entrevista-de-benito-perez-galdos.html
a cuyo reinado dedicó La de los tristes destinos en sus Episodios Nacionales) que en 1914 realizó el periodista y escritor español nacido en Montilla (Córdoba) José Mª Carretero. Entrevista con el lenguaje añejo del tiempo del entrevistador y entrevistado y que publicó en la revista La Esfera el 17 de enero de 1914.
https://saenzsotogrande.blogspot.com/2020/01/benito-perez-galdos-en-el-centenario-de.html
no quiero que finalice el año sin recordar la entrevista (el prolífico Galdós también hizo una entrevista a Isabel II en 1904 en París
https://saenzsotogrande.blogspot.com/2019/12/entrevista-de-benito-perez-galdos.html
a cuyo reinado dedicó La de los tristes destinos en sus Episodios Nacionales) que en 1914 realizó el periodista y escritor español nacido en Montilla (Córdoba) José Mª Carretero. Entrevista con el lenguaje añejo del tiempo del entrevistador y entrevistado y que publicó en la revista La Esfera el 17 de enero de 1914.
José Mª Carretero, foto ABC |
José Mª Carretero Novillo (1887-1951), que utilizaba el seudónimo
de El caballero audaz, fue un entrevistador incansable. El periodismo y la
historia deben mucho a su técnica y contribución. Sus entrevistas casi cien
años después, por su calidad y fiabilidad, constituyen un material
impresionante y vital para el estudio y compresión de su tiempo, cuando la
entrevista y el reportaje no tenían la consideración de hoy.
Entrevistó a los personajes más relevantes de su época: Adolf
Hitler, Alejandro Lerroux, Isaac Albéniz, Benito Pérez Galdós, Vicente Blasco
Ibáñez, Manuel de Falla, María Barrientos, Hermanos Álvarez Quintero, Jacinto
Benavente, Guglielmo Marconi, Margarita Xirgú, Pedro Muñoz Seca, Benito
Mussolini, Ramón Pérez de Ayala, Ricardo León, Pablo Iglesias, Rubén Darío,
Sofía Casanova, León Trotski, Ramón Mª del Valle-Inclán, y un largo etcétera.
José Mª Carretero entrevista al anciano político y cronista Alberto Aguilera en 1913 |
Injustamente, tras su muerte, fue completamente olvidado hasta
que en 1999 Antonio López Hidalgo, catedrático de Redacción Periodística en la
Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, publicó Las entrevistas periodísticas de José María
Carretero, un estudio y recopilación
de sus entrevistas que admiran por su calidad y son imprescindibles para el
estudio y compresión de la historia.
Vid.
La entrevista la he tomado del Blog
y dice así:
"Hemos llegado a su casa, que es un hotelito estilo árabe, enclavado
en este hermoso barrio de Argüelles.
Victoriano, el antiguo criado, me ha hecho pasar a una
habitación de la izquierda, donde esperamos a que don Benito termine de comer.
¿Qué hay en esta habitación?
Muchos libros, algo de desorden y un poco de la triste vejez.
En el centro, la poltrona donde se hunde don Benito.
Sobre una mecedora de rejilla, su clásico sombrero negro y la
bufanda, una bufanda verde.
En un rincón, una cayadita delgada de caña americana.
Sobre las librerías, tres bustos escultóricos del
"maestro", uno modelado por el admirable cincel de Carretero.
Las zapatillas rusas abandonadas debajo de la mesa.
Y encima de unos de los estantes cuatro fundas de gafas.
Pasos lentos y arrastrados se acercan.
Es el patriarca, el maestro, el padre espiritual de todos los
escritores jóvenes que tuvimos la suerte de conocer este viejo alcázar de las
letras. ¡Don Benito!
De su fortaleza de roble no conserva más que el recio
esqueleto, agobiado por el peso de sus setenta años de trabajo.
El gabán, hecho cuando su cuerpo estaba más pujado, le cuelga
de los hombros como de una percha.
Casi cieguecito, con sus gafas negras, andando con lentitud y
adelantando instintivamente la mano derecha antes de dar el paso, con su
gabancete deshilachado por los bolsillos y por las mangas, con su gorrilla gris
y su cabello largo y acaracolado por el cuello.
Don Benito, el maestro, el pensador, el abuelo, nos ha dado
la visión horrible del menesteroso.
¡Y nuestra tristeza ha sido profundísima!
¡Mala hora! ¡Muy mala hora! ¡No vamos a poder hablar!
Tengo citado el coche a las tres y media para ir al teatro.
Y ¿qué hora es?
— Ya son, don Benito — contesto después de consultar el
reloj.
Bueno — exclama tras breve silencio — usted viene a que yo le
diga algo para publicarlo. ¿Y qué le voy a decir yo?
— Nada, don Benito. Yo vengo a visitarle, pudiera ser que
publicara una impresión de esta visita, pero...
¡No! Hombre no ¡No!
Porque dígame usted: ¡Qué le interesa a nadie eso? Tonterías.
Tonterías.
—No faltaba más, don Benito, a todos nos interesa como vive
usted, a todos nos agrada hablar un rato con quien tanto hemos convivido en sus
libros. ¿De dónde es usted?
¿Qué de dónde soy?
¡Pero hombre si eso lo sabe todo el mundo! ¡De las Palmas!
—Yo también lo sabía; pero deseaba que me lo dijera usted. ¿A
qué clase de familia pertenecía usted?
Una familia como todas.
— He querido decir, don Benito, que si ricos o pobres.
De lo principal de allí.
—¿Estudió usted en Las Palmas?
Primeras letras y segunda enseñanza.
—¿Era usted aplicado?
No señor, no me gustaba estudiar. En cambio me entusiasmaba
leer libros amenos.
— ¿A qué edad llegó usted a Madrid?
A los diez y nueve años vine a terminar la carrera de abogado.
Y en vez de preparar el curso me encantaba andar vagando por las calles y
pararme delante de los escaparates a contemplar los objetos expuestos. Otras
veces me iba a pasear por las afueras de Madrid.
—¿Y amores de la juventud? ¿Tendría usted alguna novia, eh?
Muchas pero esas tonterías no hay para que decirlas.
—¿Cuándo escribió usted su primera novela?
Verá usted, amigo: el año 68, cuando la revolución, escribí la Fontana de Oro, tanto es así, que el
asunto de esta novela está inspirado en aquella revolución, el 69 la imprimí en
casa de Noguera, calle de Bordadores, hice de ella una tirada de dos mil
ejemplares.
Al año siguiente publiqué en La Revista España El Audaz. Tenía yo entonces veinticinco
años. Después, el 73, fue cuando me lancé con los Episodios y escribí Trafalgar.
Desde entonces cada año publicaba cuatro tomos de Episodios.
--¿Y la primera novela?
La primera novela contemporánea fue Doña Perfecta, y la escribí el 76, al año siguiente, Manuela. En el teatro no aparecí hasta
el 92 con Realidad.
—¿Cuántos tomos en total lleva usted publicados?
Unos cien volúmenes.
—¿Usted administras sus obras?
Don Benito se ha entristecido; después, como el que no puede
reprimir una honda pena, murmura:
¡No señor! Es decir, la propiedad de mis libros la conservo,
pero he sido explotado, ¡muy explotado! ¡Como todos!
—¿Cuánto le han producido sus obras?
A mí, muy poco; a otros, los han hecho ricos.
—¿Cuál de sus libros prefiere usted?
No tengo preferencia determinada por ninguno.
—¿Cuál fue el que más se vendió?
Casi todos iguales. De las novelas contemporáneas creo que Marianela.
—¿Y entre sus obras de teatro ¿qué predilección tiene usted?
Predilección por
ninguna. El Abuelo, por lo menos, es
el que más subsiste a pesar de que Electra
es la que ha tenido éxito más ruidoso.
--¿Está usted satisfecho con Celia? (nota del autor del Blog: Carretero se refiere a Celia en los infiernos obra de teatro de
Benito Pérez Galdós estrenada el 9 de diciembre de 1913 en el Teatro Español de
Madrid)
Sí señor. En mi beneficio,
estaba lleno el teatro.
— Asistieron los reyes. ¿verdad?
Sí señor. Me llamó el
Rey, subí, me felicitó, después me ofreció un cigarro y allí sentado,
conversando con ellos, lo fumé.
— Y dígame, Don Benito, ¿qué le dijo el Rey?
Amigo, eso no se puede contar.
Hablamos primero de la obra y después de muchas cosas.
— ¿Qué impresión sacó usted del Rey?
Ya había tenido el gusto de hablar con él cuando se estrenó El Abuelo, claro que entonces era muy
joven.
A mí me parece sumamente inteligente y muy simpático.
La reina Victoria, agradabilísima y muy linda. ¡Yo no creí
que fuera tan amable!
Habla perfectamente el español ¡Ya lo creo!
--Después, cambiando de súbito la conversación, exclama:
Vamos amigo, que es tarde
Me acompaña usted en el coche al teatro, y durante el camino
continuamos hablando.
¿No le parece?
Da una voz al criado.
Victoriano acude enseguida, cuélgale del cuello la bufanda, después
le encasqueta el sombrero, entrégale un habano y la cayadita de caña.
Don Benito se deja hacer; nos ponemos en marcha.
Al atravesar el jardín del hotel el perrazo le hace fiestas.
En la calle aguarda un coche. Es una berlinita con su jaca
alazana, muy maja.
Paquito — le dice Galdós fraternalmente al cochero — te van a
retratar para ese gran periódico llamado La
Esfera. ¿Qué te parece?
Después, dirigiéndose a mí, continúa señalándome al cochero:
Este es un amigo, ¿eh?
Yo quiero un retrato para él, donde esté el caballito. Al caballito también lo
quiero mucho. ¡Es muy valiente!
Al teatro, Paquito —
ordena.
Y el coche parte.
Acomodado en la berlina, don Benito comienza a tararear una
canción popular.
Yo le interrumpo.
— Dígame, don Benito, ¿qué proyectos literarios o políticos
tiene usted para el porvenir?
Políticos, ninguno. Lo
que quieran.
Literarios, por el momento tengo idea de hacer dos
obras de teatro para el año próximo, pero eso está todavía en el secreto de la
gestación interior. Novelas no.
Me faltan tres Episodios,
que serán Sagasta, Cuba y Alfonso XIII.
Tengo el propósito, para hacer el segundo,
de irme a la isla de Cuba a pasar allí dos meses para
documentarme bien.
No sé..., no sé... También me han invitado a ir a Buenos
Aires.
¿Y sabe usted lo que me retiene? ¡La etiqueta! Yo odio la
etiqueta.
Eso de ponerme de levita y chistera, lo detesto; vamos, ¡con
decirle a usted que no tengo chistera en uso, porque una que anda por ahí
rodando está muy anticuada y ya no pienso colocármela más en lo que me resta de
vida!
Reíamos. Al llegar a la calle del Príncipe don Benito cambia
las gafas ahumadas por las claras.
--Y de la vista, ¡cómo sigue usted?
Lo mismo — me contesta entristecido.
Perdí por completo la luz del ojo derecho, y con el izquierdo
veo algo pero muy confuso.
--Y claro, ¿no podrá usted escribir?
Desgraciadamente no, tengo que dictar.
--Le costará a usted mucho trabajo.
Al principio sí, acostumbrado como estaba a fijar el
pensamiento por mí misma mano, de prisa y directamente en la cuartilla, a
leerlo y releerlo después, a que entre la creación y yo no mediara nadie hasta
el hábito mismo de sentarme y coger la pluma, me pareció que no podía continuar
escribiendo. Después, poco a poco, poniendo a contribución de la necesidad una
gran fuerza de voluntad he conseguido habituarme y hoy lo hago sin el menor
esfuerzo.
--¿Pero, usted, don Benito, después de sus cien libros y de
sus numerosas obras de teatro, después en fin de medio siglo escribiendo, supongo
yo que no laborará por necesidad sino por placer, por crear, por la
satisfacción de legarnos la mayor cantidad posible del tesoro inmenso que acumula
su cerebro sobrehumano?
¡No, amigo! A pesar de toda mi labor pasada, si en el
presente quiero vivir, no tengo más remedio que dictar todas las mañanas
durante cuatro o cinco horas y estrujarme el cerebro hasta que dé el último
paso de esta vida.
Las últimas palabras de Don Benito, dichas con una velada amargura,
con una sacerdotal resignación, caen en mi alma como gotas de hiel que
ahuyentan todas mis ilusiones de literato joven. Podéis creerlo.
Hay un momento en que deseo besar la descarnada mano del
viejo maestro para imprimir con mis labios el consuelo y el agradecimiento de
todos los que luchamos con la pluma.
Pero el coche se ha detenido frente al Teatro Español.
Nos despedimos.
Él, lentamente y casi arrastrando los pies, ha entrado en el
teatro.
¡Pobre Don Benito! ¡Iba a luchar! ¡Con sus setenta y dos años!
Y yo pienso que, entre todos los españoles,
deberíamos proporcionarle un bienestar decoroso, conservándole
como se conserva en el museo la vieja bandera que resultó hecha jirones en las
victorias.
Viejo, achacoso, casi ciego, porque sus 120 obras le robaron
la vista, tiene necesidad, para vivir, de dictar y torturarse mortalmente
durante cuatro horas todos los días.
Y ¿no podíamos hacer nada grande, nada digno de él, con el fin
de evitar esto tan triste?
Moya, Cávila, Dicenta, Melquiades Álvarez y todos los de voz
autorizada, tenéis la palabra"
Galdós en su habitación. Mundo Gráfico. Foto de Salazar |
Las fotos de Galdós proceden de:
https://historia-urbana-madrid.blogspot.com/2014/01/madrid-y-galdos-en-casa-de-benito-perez-galdos-madrid-1914.html
|
Monumento a Benito Pérez Galdós en el Parque del Retiro de Madrid, obra de Victorio Macho (1887-1966) de 1918 |
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