Benito Pérez Galdós, o/l 1894, retrato de Joaquín Sorolla (1863-1923). Casa-Museo Pérez Galdós, Las Palmas de Gran Canaria |
Convertir el apellido en adjetivo es un honor restringido a
un puñado de grandes escritores. Benito Pérez Galdós (1843-1920), fallecido
ahora hace cien años, es uno de ellos. Galdosiano es un concepto tan
comprensible y nítido como cervantino, kafkiano, barojiano, borgiano u
homérico, recogidos todos por la RAE. El primer centenario de su muerte acelera
la maquinaria del Año Galdós y celebra la vigencia de la obra del autor de los Episodios nacionales. Un narrador
proteico, el más relevante tras Cervantes para muchos. Un clásico por
redescubrir, vivo e incómodo en su día, cima del realismo, caudaloso novelista,
dramaturgo y cronista, académico, liberal y apasionado y secreto amante.
El Monumento a Galdós en el Parque del Retiro fue inaugurado el 20 de enero de 1919, con asistencia del propio escritor, ya inválido y ciego, en compañía del escultor y el alcalde de Madrid Luis Garrido Juaristi que en la foto del día de la inauguración se dirige al numeroso público asistente. Serafín Álvarez Quintero pronunció un discurso Vid. http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0002145333&page=14 |
Monumento a Galdós en el Parque del Retiro de Madrid, obra de Victorio Macho de 1918 |
El Año Galdós avanza plagado de actos que reivindican al
novelista más relevante del siglo XIX, comparado con Balzac o Dickens. Un genio
que no goza del reconocimiento internacional que merece. De ahí que el Instituto Cervantes y la Comunidad de Madrid impulsen la traducción de sus obras para internacionalizar su figura. Así lo dijo
el poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, para quien la
traducción debe abordarse con el mismo
orgullo que los franceses sintieron al difundir las joyas de Flaubert, los ingleses
las de Dickens o los rusos las de Tolstoi.
Se sucederán en 2020 exposiciones, encuentros literarios,
ciclos de cine galdosiano y una obra teatral sobre su relación con Emilia Pardo
Bazán. También jornadas gastronómicas por el galdosiano Madrid al que llegó en
1862, con 19 años, y donde rendiría cuentas con la vida, casi ciego, el 4 de
enero de 1920. Unas 30.000 personas – muchas mujeres – le despedían en su
ciudad de adopción 76 años después de su nacimiento en Las Palmas de Gran
Canaria, el 10 de mayo de 1843.
Rozó el Nobel en 1915, pero su realismo fue tildado de rancio y garbancero, por Valle Inclán,
Juan Benet o Umbral.
Hay consenso sobre la relevancia de su obra, incluso autores
tan radicalmente cervantistas como Andrés Trapiello, equiparan el genio de
Galdós al del autor del Quijote. Don Benito sigue siendo un faro para autores
de hoy como Manuel Longares o Antonio Muñoz Molina.
Para aproximarse a su complejo perfil, la Biblioteca Nacional
ofrece hasta febrero la exposición Benito
Pérez Galdós. La verdad humana.
Comisariada por Germán Gullón y Marta Sanz, ofrece a través de 200 piezas una
visión polifónica del autor, que debutó con La
fontana de oro en 1870. Fue quien mejor reflejó su época en novelas como Fortunata y Jacinta (1887), trazó la
gran crónica de la España del siglo XIX y perfiló su conciencia en las cinco
series de 46 capítulos de sus Episodios
Nacionales publicados entre 1873 y 1912, y que cubren casi un siglo, desde
la batalla de Trafalgar en 1805 hasta la Restauración de Alfonso XII en 1874.
Otra aproximación es posible a través de la novedosa obra de Francisco
Cánovas Sánchez Benito Pérez Galdós: Vida, obra y compromiso (Alianza Editorial) la más reciente biografía del genio
canario. Recorre la azarosa vida del autor, analiza el valor de su monumental
obra y su influencia, y detalla sus posiciones como un político comprometido
con su idea España. De alma republicana – a pesar de su episódico apoyo a Prim
y al efímero rey Amadeo de Saboya – el joven Galdós frecuentó círculos
liberales antes de pasarse al republicanismo moderado del reformista Melquíades
Álvarez. Formado en el krausismo, admiró la Institución
Libre de Enseñanza y fue un
decidido regeneracionista, pero
derivó hacia la izquierda en su vejez. Acabó abrazando el ideario de Pablo
Iglesias, con quien formaría en 1909 la Conjunción
Republicano-Socialista, que Galdós presidió. Diputado en tres legislaturas,
su etapa política más intensa fue entre 1907 y 1912, los años de mayor cercanía
al fundador del partido socialista.
Fue don Benito mucho más madrileño que canario. Llegó a
Madrid para estudiar Derecho, y la capital, que le nombró Hijo Adoptivo en
noviembre pasado, fue mucho más determinante que su tierra natal. Vivió,
escribió, amó, politiqueó en Madrid, escenario de varias de sus novelas y de
los amores que marcaron la vida y la obra de un solterón irredento, tenido hoy
por un adelantado al feminismo, para quien sin
mujeres no hay arte.
Doña Dolores, su madre, sería el amor eterno de Galdós, cuya
primera pasión fue su prima María Josefa Washington de Galdós, (Sisita). En Juana Lund, (Juanita), su amiga santanderina, se
inspiró para Gloria. Pero sus cuatro
grandes amores, que alternó y mezcló, fueron Emilia Pardo Bazán, Lorenza
Cobián, Concha Morell y Teodosia Gandarias.
Emilia y Benito |
Con Emilia Pardo Bazán pasó de la admiración a la pasión para
convertirse en un amor enorme y verdadero,
según Gullón, vivo desde 1887 a 1890 y conocido por las cartas de la escritora
gallega.
Vid.
Con Lorenza Cobián, modelo de pintores, con pocas letras y
mucha belleza, tendría Galdós su única hija, María, nacida en Santander. La
tormentosa relación acabó con el suicidio de Lorenza, que se ahorcó en
dependencias policiales tras ser detenida por intentar arrojarse al tren.
La joven Concha Morell, a quien Galdós conoció con 26 años
ocuparía luego el corazón del escritor, que allanó su carrera de actriz y se
inspiró en ella para su novela Tristana.
Se veían en secreto en El Palomar, el
cuartucho que albergaba su amor en el barrio madrileño de Argüelles. Galdós
puso fin a la aventura cuando ella quiso una relación más estable.
Su último gran amor sería Teodosia Gandarias que irrumpió en
la vida del maduro Galdós en 1906. Con veinte años menos que el escritor, lo
conoció casualmente callejeando por Madrid. Culta y refinada, disfrutaba oyendo
música con el escritor y corrigiendo sus pruebas de imprenta. Aunque la pareja
no se dejaba ver en público fue un amor
estupendo y romántico total,
según Gullón. Gandarias murió cuatro días antes que el escritor a quien se le
ocultó su muerte para evitarle más sufrimientos.
En 1905 |
Curioso es resaltar que a pesar de su republicanismo admiró a
una Isabel II a la que entrevistó, en 1902, en su exilio parisino.
Sirvan pues estas líneas como homenaje al brillante hombre y a su ingente obra.
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