Luis Cernuda (1902-1963) en el Paseo de Colón. Sevilla 1934 |
Joaquín Romero Murube (1904-1969) |
Este es el texto de dicho artículo:
Hoy que la muerte te pone tan cercano, he ido a buscarte por todos los rincones del recuerdo...
Niño de la calle Acetres, en aquel patio de luces grises y corredor alto encristalado, por donde las rendijas del aire metían cuchillos de frío...
Colegial con asistente por los pabellones del cuartel de ingenieros — Colegio en la calle Alcázares —, aún sin construir ese enorme tejado de bodega con torres que es, en cierto modo, la Plaza de España...
Universitario de la calle del Aire, comenzando ya a reunir tu enorme capacidad de desprecio, de asco, de soledad y lejanía...
Poeta en el mundo... Sevilla, Madrid, Londres, California, México...
Y hoy, la muerte. Cinco líneas perdidas en el noticiario de toda la tierra: «Ha muerto el poeta sevillano Luis Cernuda».
Muerte repentina. Fue a México a saludar a unos amigos… Y aquí, en tu rincón nativo...
Hubiéramos callado en la espera de cristalizaciones ordenadas. Pero mañana, ese crítico impertinente y equivocado, preguntará: ¿Acusaron allí que moría un poeta decisivo, hijo del aire de su ciudad, de su luz y de su hondura?...
Es pronto. Es pronto para decir todo el sevillanismo que encierra la obra poética de Luis Cernuda. Formal y sustancialmente. Se habla de influencias inglesas. De poesía meditativa. Se acarrean nombres y valores. Pedimos tregua y decantación. Entre Bécquer y la Epístola Moral, pasando por Rimbaud, Baudelaire y el surrealismo del año veintitantos. Y todo ello presidido por la belleza y la muerte en todo instante presentida.
Poeta amargo, desolador. Un sevillano difícil abre en la moderna lírica española la cima más alucinante del desprecio.
En toda su obra, no se nombra la ciudad. Y sin embargo Sevilla está allí, latente, pluralmente referida. «Ocnos» es el libro sevillano de más fina, difícil, alta alusión y paisaje.
He aquí — «La realidad y el deseo» — otro factor decisivo para el que quiera adentrarse en el conocimiento de un sevillanismo medular. En esos dos polos supremos que hacen girar la poesía de Cernuda, ¿cuánto pone Sevilla y su ancestral pedagogía? Incluso en el quiebro y derrumbe de todas las ortodoxias, ¿cuánto pone Sevilla y su vorágine espiritual? ¡Qué fácil es la corticalidad del sevillanismo al uso! ¡Qué fácil y qué lejano de la verdad de lo auténtico!
Hay mucho de amargo en su obra y tanto que nos resulta intolerable. Pero volveremos siempre al puro caudal de su belleza expresiva, de su sinceridad, de su sevillanía huyendo de Sevilla...
A esa tumba mexicana que guarda los restos de un raro, peregrino poeta sevillano, en este noviembre agrio y ventolero, con nuestra oración, enviamos un poco de humedad de calle, patio gris, y mármoles sevillanos. No hay flores. Aún no hay violetas, ni tulipanes amarillos tan bienquistos por el muerto.
Lloran los últimos jazmines, ya sin alma de olor.
Y un nardo postrero se ennegrece con el frío de lo que acaba.
Joaquín Romero Murube
De izqda. a dcha. Joaquín Romero Murube, Jorge Guillén, Gª Lorca, José Antonio Rubio Sacristán y Pepín Bello. Sevilla, 1935 |
El bellísimo libro de Romero Murube |
La luz agria de tu barrio
me ronda con tus cristales.
Por entre mis manos fluye
el agua añil de la tarde.
El aire queda vencido
en la pared de mi carne.
Las esquinas giran locas
alrededor de mi talle.
Pájaros perdidos cantan
porque mi lengua no hable.
La llama de mis cabellos
negra se tuerce en el aire.
Por el cielo va deshecha
la flor de mis voluntades.
¡Ay, se me corta la vida
en el cristal de esta tarde!.
Cuántos ciclos florecidos
Antes que la sombra caiga,
La tumba de Luis Cernuda en el Panteón Jardín de México DF |
Publicado por la Fundación Cajasol con motivo del cincuenta aniversario de la muerte de Luis Cernuda, coordinado por Ismael Yebra y portada de Carmen Laffón |
Cernuda en los jardines del Alcázar, su lugar preferido de Sevilla. 1928 |
Luis Cernuda en casa de Concha Méndez, Coyoacán, México D. F. (Foto de Tomás Montero, 1962) |
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido
Si el hombre pudiera decir y dijo. Muchas gracias Eduardo por tener presente siempre a otros que han estado, están y estarán. Su huella es el y todo lo que el creó y así humildemente lo siento.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. ¡Siempre Cernuda!
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