viernes, 17 de julio de 2020

LA ARPÍA GOYESCA













Mª Josefa Carmela, con 56 años, en el boceto de Goya para La Familia de Carlos IV, o/l, 1800. Museo del Prado







Mª Josefa Carmela, o/l, 1758 o 1759 de Giussepe Bonito (1707-1789)











El retrato de juventud, de Tiépolo,1763, logra disimular la escasa belleza que los cronistas atribuyen a María Josefa. Museo del Prado









Retrato de juventud de Mengs c.1765. Casita del Príncipe, El Pardo (Madrid)


 María Josefa Carmela de Borbón y Sajonia (Gaeta (Italia), 6 de julio de 1744 –  Madrid, 8 de diciembre de 1801)  era hija del entonces rey Carlos VII de Nápoles — luego rey Carlos III (1716-1788) de España — y de la reina María Amalia de Sajonia (1724-1760). Era, por tanto, hermana de Carlos IV (1748-1819).
De apariencia física muy poco atractiva, con facciones irregulares en el rostro y de cuerpo deforme por una joroba.
María Josefa Carmela – Pepa, a secas, para los íntimos – no tuvo belleza, ni simpatía, ni inteligencia, ni sentido del humor, ni ambición y ni siquiera maldad. Fue un cero a la izquierda difícil de imaginar.
El padre Luis Coloma (1851-1915) S.J. y miembro de la Real Academia Española -  y cito a propósito el criterio de un sacerdote teóricamente más proclive que un autor laico a la caridad – ha dejado de ella un retrato físico cruel porque la describía así sin complejos en sus Retratos de antaño:

A los veintinueve años su ridícula figura, pequeña, fea y contrahecha, había hecho imposible encontrarla un marido que la igualase en rango. Escudada en su fealdad, la infanta Pepa vivió y murió soltera, sin que amigos ni enemigos turbasen la paz de su insignificancia. 

Tenía además muy mala uva. Su cuñada la reina Mª Luisa (1751-1819), esposa de Carlos IV, escribió a su favorito Manuel Godoy (1767-1851) en una carta del 6 de agosto de 1800 la tía Pepa no es suave ni temporizadora sino un agraz.

Carlos III intentó casarla con Luis XV de  Francia, viudo de la reina polaca Mª Leczinska, que no quiso ni hablar del asunto. Después Carlos III pensó en casarla con su hermano menor el infante Luis, que ya se había resignado a tal unión, pero Pepa mudó de opinión temerosa de que una comentada enfermedad venérea que había padecido don Luis pudiera perjudicarla. Escrupulosa, se negó en redondo a compartir el tálamo del afamado crápula.
Pepa vivió, tras la muerte de su padre en 1788, con discreción y hasta su fallecimiento en 1801 en el Palacio Real de Madrid con su hermano Carlos IV volcada en la religión como protectora de la orden de las Carmelitas.
La corte era, por entonces, un lugar dominado por la figura de su cuñada María Luisa de Parma, nieta de Luis XV,  con la que la Infanta, como hemos visto, no tenía una buena relación.
 
La familia de Carlos IV, Goya. Museo del Prado

Goya (1746-1828) la incluyó en su conocido retrato de La familia de Carlos IV. Doña Josefa aparece, más afeada, si cabe, por un enorme lunar postizo según la moda de la época y que cubriría alguna mancha facial. Dado que la infanta fallecería meses después de que se finalizara el cuadro, algunos dermatólogos e historiadores han especulado con que la mancha podría ser un síntoma de algún tipo de cáncer, un melanoma.
Vid.
 


En el cuadro de Goya Pepa asoma su faz de bruja, con la banda de la Orden de Damas Nobles de la reina Mª Luisa y  la Cruz de la Orden Estrellada del Imperio austriaco (la mancha negra encima del seno izquierdo) por detrás del hombro de su sobrino, el futuro rey felón Fernando VII, velada la deformidad de su figura por las sombras. Es el personaje más esperpéntico de aquella pintura sublime.
 

Luis Comenge

El médico Luis Comenge y Ferrer (1854-1916) reputado historiador de la medicina y​  miembro de la Real Academia de Medicina de Barcelona la bautizó con acierto como la infanta de los huesos frágiles






Goya retrató sin piedad pero con toda justicia a la infanta María Josefa Carmela de Borbón y Sajonia, Pepa en familia, en su célebre obra La familia de Carlos IV, quien para colmo tampoco resultó afortunada en lo que a salud y amoríos se refiere y aun siendo diplomáticos, no resulta excesivo tildar de esperpéntica a esta infanta de España.