Benito Pérez Galdós a principios del siglo XX, foto de Pau Audouard Deglaire (1856-1918) |
Isabel II cuando la entrevistó Benito Pérez Galdós. Foto de Marius Neyroud |
El reinado de Isabel II (1830-1904) ha sido objeto de polémica entre la historiografía más tradicional, la de aquellos que sustentan la opinión de que fue una soberana ineficaz y la opinión que mantienen los investigadores e historiadores más actuales que han revalorizado sus logros y argumentan que sus errores serían imputables a esos políticos interesados y camarillas intrigantes que estuvieron cercanos a ella.
Benito Pérez Galdós (1843-1920) la entrevistó en 1902, por la mediación de su amigo el embajador español en París Fernando León y Castillo (1842-1918), en el Palacio de Castilla, residencia de la reina en París y publicó un reportaje, en el diario El Liberal, el 12 de abril de 1904, en donde incluye la entrevista que realizó a Isabel II que fallecería en París el 9 de abril de 1904, dos años después de la entrevista de D. Benito.
El Liberal de 12 de abril de 1904. BNE |
Fernando León y Castillo |
Palacio de Castilla |
A continuación publico la entrevista en la literalidad del reportaje de Pérez Galdós en El Liberal:
La primera vez que tuve el honor de visitar, en el palacio de la Avenida Kléber, (Nota del autor: el edificio había sido construido para el diplomático y coleccionista de arte ruso Alexander Basiliewski en 1864 por el arquitecto Clément Parent y fue comprado apenas cuatro años después por Isabel II, después de su salida de España en 1868. La reina exiliada lo renombró como palacio de Castilla y fue su residencia oficial hasta su muerte en 1904, después fue el Hotel Majestic y hoy es el hotel de lujo The Peninsula Paris) a la reina doña Isabel, me impuso la presencia de esta señora un alelado respeto, pues no es lo mismo tratar con majestades en las páginas de un libro o en los cuadros de un Museo, que verlas y oírlas, y tener que decirles algo, dando uno la cara, en visitas de carne y hueso, sujetas a inflexibles reglas ceremoniosas. Por mi gusto, me habría limitado a las fórmulas de cortesía y homenaje, tomando a renglón seguido la puerta, sin intentar siquiera exponer el objeto de mi visita, que no era otro que solicitar de !a majestad que se dignase contar cosas o menudencias de su reinado, haciendo la historia que suena después de haber hecho !a que palpita... Pero el embajador de España, Fernando León y Castillo, amigo mío de la infancia, que era mi introductor y fiador mío en tal empresa, hombre muy hecho al trato de personas altas, me sacó de aquella turbación, y fácilmente expresó a la reina el gusto propio que tendríamos de oír de sus labios memorias dulces y tristes de su tiempo azaroso. Con exquisita bondad acogió Isabel II la pretensión, y tratándome como a persona suya, que por suyos tuvo siempre a todos los españoles, me dijo: “Te contaré muchas cosas, muchas; unas para que las escribas..., otras para que las sepas”.
Isabel II, o/l, 1850, Federico de Madrazo (1815-1894). Embajada de España ante la Santa Sede |
La amabilidad de Isabel II tenía mucho de doméstica. La Nación era para ella una familia, propiamente la familia grande, que por su propia ilimitación permite que se le den y se le tomen todas las confianzas. En el trato con los españoles no acentuaba, sino muy discretamente, la diferencia de categorías, como si obligada se creyese a extender la majestad suya y dar con ella cierto agasajo a todos los de la casa nacional.
Contó pasajes saladísimos de su infancia, marcando el contraste entre sus travesuras y la bondadosa austeridad de Quintana y Arguelles. Graciosos diálogos con Narváez sobre cuál de los dos tenía peor ortografía. Indudablemente, el general quedaba vencido en estas disputas, y así lo demostraba la reina con textos que conservaba en su memoria y que repetía marcando las incorrecciones. En el curso de la conversación, para ella tan grata como para los que la escuchábamos, hacía con cuatro rasgos y una sencilla anécdota los retratos de Narváez, O'Donnell o Espartero, figuras para ella tan familiares, que a veces le bastaba un calificativo para pintarlas magistralmente...
Narváez en 1849, o/l Vicente López Portaña (1772-1850) Museo de Bellas Artes. Valencia |
Le oí referir su impresión, del 2 de Febrero del 52, al ver aproximarse a ella la terrible figura del clérigo Merino, impresión más de sorpresa que de espanto, y su inconsciencia de la trágica escena por el desvanecimiento que sufrió, efecto, más que de la herida, del griterío que estalló en torno suyo y del terror de los cortesanos.
Regicidio del cura Merino en una estampa de la época |
Algo dijo de la famosa escena con Olózaga en la cámara real, en 1844; mas no con la puntualización de hechos y claridad descriptiva que habrían sido tan gratas a quien enfilaba el oído para no perder nada de tan amenas historias... Empleó más tiempo del preciso en describir los dulces que dio a D. Salustiano para su hija y la linda bolsa de seda que los contenía.
Olózaga, o/l 1872, Antonio Gisbert. Congreso de los Diputados |
Resultaba la historia un tanto caprichosa, clara en los pormenores y precedentes, oscura en el caso esencial y concreto, dejando entrever una visión distinta de las dos que corrieron, favorable la una, adversa la otra a la pobrecita reina, que en la edad de las muñecas se veía en trances tan duros del juego político y constitucional, regidora de todo un pueblo, entre partidos fieros, implacables y pasiones desbordadas.
Cuatro palabritas acerca del ministerio relámpago habrían sido el más rico manjar de aquel festín de Historia viva; pero no se presentó la narradora en este singular caso tan bien dispuesta a la confianza como en otros. Más generosa que sincera, amparó con ardientes elogios la memoria de la monja Patrocinio. “Era una mujer muy buena -- nos dijo — era una santa y no se metía en política ni en cosas del Gobierno. Intervino, sí, en asuntos de mi familia, para que mi marido y yo hiciéramos las paces, pero nada más. La gente desocupada inventó mil catálogos, que han corrido por toda España y por todo el mundo…
Cierto que aquel cambio de ministerio fue una equivocación; pero al siguiente día quedó todo arreglado... Yo tenía entonces diecinueve años... Este me aconsejaba una cosa, aquél otra, y luego venía un tercero que me decía: ni aquello ni esto debes hacer, sino lo de más allá... Pónganse ustedes en mi caso.
Diecinueve años y metida en un laberinto, por el cual tenía que andar palpando las paredes, pues no había luz que me guiara. Si alguno me encendía una luz, venía otro y me la apagaba...” Gustosa de tratar este tema, no se recató para decirnos cuán difíciles fueron para ella los comienzos de su reinado, expuesto a mil tropiezos por no tener a nadie que desinteresadamente la guiara y aconsejara. “Los que podían hacerlo no sabían una palabra de arte de gobierno eran cortesanos que solo entendían de etiqueta, y como se tratara de política, no había quien les sacara del absolutismo. Los que eran ilustrados y sabían de constituciones y de todas estas cosas, no me aleccionaban sino en los casos que pudieran serles favorables, dejándome a oscuras si se trataba de algo en que mi buen conocimiento pudiera favorecer al contrario. ¿Qué había de hacer yo, tan jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún freno en mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para darme el gusto de favorecer a los necesitados; no viendo a mí lado más que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de adulación que me aturdían? ¿Qué había de hacer yo?... Pónganse en mi caso”
Otro día nos dio más noticias interesantes de cosas y personas, y esclareció algún suceso desvirtuado por la pasión y vimos mudarse su rostro y empañarse el azul de sus ojos: “Sé que lo he hecho muy mal; no quiero ni debo rebelarme contra las críticas acerbas de mi reinado... pero no ha sido mía toda la culpa; no ha sido mía...”
Acudió León y Castillo a dar consuelo al espíritu de la reina con la fina lisonja que le dictaban su cortesía y su cariñosa adhesión.
Ponderó los progresos del reinado de Isabel II, el desarrollo de la riqueza, la difusión de la cultura, el aumento del bienestar; señaló las pasadas glorias de la guerra de África, las victorias logradas en el terreno del arte y las letras; los ferrocarriles, y tantas cosas que la reina no encontró el día de su advenimiento y dejó el día de su fin político. Pero, aun teniendo estas cosas en boca del embajador toda la verdad del mundo, no convencían a la reina de la fecundidad de su reinado. “Pero hay más, mucho más — decía — que pudo hacerse y no se hizo; ha faltado tiempo, ha faltado espacio... Yo quiero, he querido siempre el bien del pueblo español. El querer lo tiene una en el corazón; pero, el poder, ¿dónde está?... Solo Dios manda el poder cuando nos conviene... Yo he querido... ¿el no poder, ha consistido en mí o en los demás? Esta es mi duda.”
Llegó el momento de la despedida. La reina, que deseaba moverse y andar, salió al salón, apoyada en su báculo. Fue aquella mi postrera visita y la última vez que la vi. Vestía un traje holgado de terciopelo azul; su paso era lento y trabajoso. En el salón nos despidió repitiendo las fórmulas tiernas de amistad que prodigaba con singular encanto. Su rostro venerable, su mirada dulce y afectuosa persistieron largo tiempo en mi memoria.
Fuente: El Liberal 12 de abril de 1904
http://hemerotecadigital.bne.es/issue.vm?id=0001432849&search=&lang=es
Benito Pérez Galdós, o/l 1894, retrato de Sorolla (1863-1923). Casa-Museo Pérez Galdós, Las Palmas de Gran Canaria |
De Isabel II dice Benito Pérez Galdós que: fue generosa, olvidó las injurias, hizo todo el bien que pudo en la concesión de mercedes y beneficios materiales, se reveló por un altruismo desenfrenado, y llevaba en el fondo de su espíritu un germen de compasión impulsiva en cierto modo relacionado con la idea socialista, porque de él procedía su afán de repartir. (La reina Isabel en Memoranda, 1906).
Curioso es resaltar que D. Benito a pesar de su republicanismo admiró a Isabel II como se puede comprobar en el reportaje de El Liberal arriba expuesto y dedicó a su figura uno de sus Episodios Nacionales que tituló La de los tristes destinos
Cubierta de La de los tristes destinos (edición de 1907) |
Hay que destacar que tenía un gran corazón y derrochaba generosidad y que la frivolidad de algunos de sus actos jamás le nubló el sentir de su corazón, como así demostró al dejar escrito en su testamento la petición para su nieto Alfonso XIII de que contara a todos que Isabel II había muerto amando a España.
Isabel II, Federico Madrazo y Kuntz, o/l 1849. Museo del Romanticismo. Madrid |
A pesar de que se ha puesto el acento en la conducta personal de Isabel II su reinado supuso la modernización de España. Se creó el ferrocarril en 1848, en 1856 el Banco de España y en 1857 la reina inauguró I Exposición Agrícola Española. La industria experimentó un notable incremento así como la construcción. En cuanto a las obras públicas se construyeron 7.822 km. de carreteras. Canales, como el de Isabel II, de Castilla, Imperial y de Tauste, entre otros. El sello de correos se creó en 1850, la red de telégrafos en 1854. El alumbrado de gas en 1841 y los primeros ensayos de alumbrado eléctrico se produjeron en Barcelona en 1852.
Vista de Sevilla y el Puente de Isabel II, decada de los 50 del s. XIX. BNE |
Puente de Isabel II en Sevilla |
En 1843 oficializó como bandera de España la bandera de la Armada que había creado Carlos III en 1785 y en 1844 crea la guardia civil como cuerpo de seguridad pública y de atención y auxilio a los ciudadanos
En el campo cultural se fundaron nuevas escuelas de primeras letras, institutos de segunda enseñanza (1847) y escuelas especiales (1855). En 1857, se promulgó la primera Ley de Instrucción Pública, y se fundó la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Dos importantes organismos culturales se beneficiaron especialmente de este desarrollo: el Museo del Prado y la Biblioteca Nacional. El Museo del Prado recibió un gran impulso al donar Isabel II a la Nación, en 1865, sus colecciones privadas, que constituyen el repertorio de obras más importantes que hoy posee el Museo. La Biblioteca Real dejó de ser propiedad de la Corona y pasó a depender del Ministerio de la Gobernación, recibiendo entonces el nombre de Biblioteca Nacional e ingresaron la mayoría de los libros más antiguos que posee actualmente la Biblioteca. El 21 de abril de 1866, la reina colocó la primera piedra del edificio, en el que hoy se encuentra albergada la Biblioteca Nacional.
Fachada principal de la Biblioteca Nacional de España. |
Escultura de Isabel II en la BNE, obra en mármol, 1856, de José Piquer y Duart (1805-1874) |
Durante su reinado se produjeron en Madrid dos hechos básicos para la vida musical española: la inauguración del Teatro Real en 1850 y el renacimiento de la zarzuela, género en el que triunfaron Barbieri, Hernando, Gaztambide y Arrieta.
Monumento a Isabel II, bronce de 1850, obra de José Piquer y Duart (1805-1871) está delante del Teatro Real de Madrid |
El dormitorio romántico de Isabel II en la Sala del Almirante del Alcázar de Sevilla. |
Isabel II c. 1900 |
Medalla Conmemorativa, acuñada en plata, de la proclamación en
1843 de Isabel II como reina. Museo de Algeciras. Donación de la ornitóloga María Cristina Lieb de Parkes |
Benito Pérez Galdós en la época que entrevistó a Isabel II |
Monumento a D. Benito Pérez Galdós en el Parque del Retiro de Madrid, obra de Victorio Macho de 1918 |
ADENDA: para el lector interesado hay unanimidad entre los historiadores actuales que ésta es la mejor biografía de la reina
https://journals.openedition.org/mcv/4747
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